martes, 30 de junio de 2020

"Limpiando el colegio" anécdota

Elegí como narrador para esta consigna a mí viejo, no necesariamente por la calidad de la narración, pero por lo mucho que disfrute y disfruto de escuchar anécdotas de su juventud.

https://drive.google.com/file/d/1k9uwKOoYosEVySAJzeHnpmyagj1OtN3I/view?usp=drivesdk

viernes, 19 de junio de 2020

Dolina y Lavand

En los videos que se encontraban ajuntados a la consigna se encontraban distintos fragmentos de dos excesos relatores de historias cómo lo son René Lavand y Alejandro Dolina.

El primero, uno de los ilusionistas más reconocidos de nuestro país, que combina su espectáculo de entretenimiento con el arte del relato y la poesía, haciéndolo un arte que llega de mejor manera al corazón de los espectadores.

Cómo todo buen narrador, mantiene un ritmo ameno y pausado, generando una paz que te mantiene en vilo de como seguirá el relato que está esbozando, mientras maravilla con su show de ilusión.

En el caso de Dolina, es un narrador que arma de gran manera la escena del relato, generando que el puente se meta de lleno en aquello que está contando y logra mantener su atención con un lenguaje cotidiano y de fácil comprensión.

A esto se le suman las pausas en los momentos indicados, interesantes reflexiones y explicaciones cuando el momento lo amerita.

Personalmente lo que más admiro es el manejo de la información, como llevan la historia de manera delicada para mantener la expectativa hasta el final del relato, de manera amena y sin esfuerzo, haciendo parecer fácil aquello que no lo es.

lunes, 15 de junio de 2020

Los amigos: núcleos y catálisis

 En ese juego  todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante se termino lo que quedaba de su cortado y salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mien­tras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza dé la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.
         Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. Para pasar el tiempo observaba a los pocos peatones que circulaban a esa hora, abrigados al punto de no poder reconocer ningún rasgo facial a causa de la ola polar que acechaba a la ciudad.  De cuando en cuando apre­taba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.
         A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorpren­dido. 

-Subite que te están buscando, si entras al café sos boleta.


- ¿Quién me va a estar buscando? ¡Si pase desapercibido toda la vida, Romero! Tanto años sin hablarme y ¿me venís con esta boludez?


- No me hagas arrepentir y subite, no seas boludo. Zafaste, porque sino fuéramos amigos ya te hubiese pegado el tiro.


martes, 9 de junio de 2020

Diarios de escritores

Diario de escritores

Gusmán:
Del análisis de Luis Gusmán hubo dos puntos que me parecieron muy interesantes, el primero es el ideal de sinceridad, en especial la cita de Gombrowicz en la que cuestiona acerca de la sinceridad o insinceridad del diario al mismo tiempo que cuestiona si aquello que se está escribiendo es para uno o para que sea leído o si es hablar con uno mismo para que lo oigan los demás.

Otro de los puntos relevantes de su análisis es la idea de lo íntimo, en la que me pareció significante la cita de Castillo en la que menciona que los diarios íntimos son una farsa y que en ellos hay una esbozada ansiedad por trascender.

De los otros diarios de escritores me gustó el de Robert Misil en el que utiliza el diario para volver a un desarrollo intelectual, luego de años de dispersión, lo que me genera que es algo bien propio e íntimo porque siento que es una vuelta a una práctica a una disciplina que había dejado de lado y que busca reencontrarse a través del diario.

Otro de los que me pareció más naturales y que dan una sensación de más íntimo es el de Ricardo Piglia, a causa del desorden, notas sueltas y frases cortas y sueltas, casi sin conectores en algunas de sus entradas, mezcladas con ideas, pensamientos o situaciones de su vida cotidiana.


Día de lluvia

Entrada del diario 9 de junio de 2020

El sábado pasado tuve que salir a la calle para ir a la farmacia, a diferencia de la típica compra en el supermercado de cercanía o la salida del perro, este es un recorrido más largo y eso me generaba expectativa de poder recorrer un poco el barrio después de tanto tiempo.

Sin embargo, el día estaba lluvioso y, en cualquier otra circunstancia hubiese estado fastidiado salir en un día tan gris. Pero a medida que iba caminando por la vereda mojada, mientras las gotas impactaban sobre mí y sobre mis anteojos y a medida que el aire fresco invadía mí cuerpo, empecé a disfrutar por primera vez de un día de lluvia, no sé si es por el hecho de que salir de mí casa, sin importar el clima, significaba un alivio o si bien la cuarentena está logrando que valore cosas que ya daba por sentado, pero creo que el tiempo dirá si es solo una de las opciones o una convergencia de ambas.

sábado, 6 de junio de 2020

Castillo- Cuento foto

Hacía 3 semanas que estábamos andando por el desierto de Sahara y estábamos quedando sin provisiones y sin energía por los desgastantes rayos de sol que chocaban contra nuestros cuerpos.

A pesar de que cualquiera persona en nuestra situación hubiese emprendido el camino de vuelta, nosotros estábamos empecinados en encontrar aquel castillo del que hablaban todos los pueblos de la región, los pueblerinos no podían dejar de contar acerca de la existencia de aquel mágico castillo y su fuente inagotable de agua rodeada por árboles y frutos.

Solo con pensarlo se nos llenaba de agua la boca, pero ya no teníamos más energía para caminar y la desesperación de lo solitaria que sería una muerte en aquel lugar empezó a inundar nuestro pensamientos.

Cuando toda la esperanza estaba pérdida, mí compañera vio a lo lejos una cúpula y con nuestras últimas energías nos dirigimos hacía allí en la espera de encontrar un pueblo que nos rescate.

A medida que nos íbamos acercando podíamos ver qué no se trataba de un pueblo sino de una sola construcción, tan grande que hacía parecer ínfimo al desierto. Lo habíamos encontrado. Llegamos, exaltados, como si nos hubiesen inyectado la energía por las venas y abrimos las enormes puertas de oro apurados. Paseamos por los hermosos corredores y habitaciones hasta llegar al parque que se encontraba en el punto más lejano de aquel castillo.

El parque era tal cual lo describía la leyenda, y nosotros aprovechamos aquellos frutos, frescos como si el abrumante calor no tuviera efecto en ellos y el agua más pura y natural que habíamos probado.

Antes de salir decidí sacarle una foto a mí compañera para poder mostrarle a los pueblerinos que las historias eran ciertas y que ya nunca más deberían pasar hambre o morir de sed.

Tras un largo camino de vuelta llegamos al pueblo y decidimos revelar las fotos lo más rápido posible, el pueblo estaba expectante por ver aquella foto del castillo que los sacaría de su miseria. Finalmente juntamos a todos y mostramos la foto, las caras de emoción se convirtieron en enojo y desilusión, creían que era una broma de mal gusto, ellos solo veían una chica tirada en la arena del desierto.

martes, 2 de junio de 2020

El desayuno

Entrada de diario 2 de junio de 2020

Hoy, como todas las mañanas, me levante de la cama, me puse las ojotas y me dirigí con un paso adormilado, característico de quien se acaba de despertar, a la cocina para realizar la primera comida del día. Mientras saludo a mis padres y a mi hermano, quienes se levantan mucho más temprano que yo, voy buscando el tazón de melamina blanco que uso para comer los cereales, tras estirarme hasta el tercer estante y agarrarlo, prosigo en dejarlo en la mesada de grafito e ir hacia la heladera.

Al abrir la heladera me inclino hacia ella y busco la leche  que se encuentra en una sachetera verde en el estante del medio y la pongo junto al tazón. Luego agarro el mix de cereales que ya se encuentra en la mesada y vierto lentamente los cereales en el tazón para evitar poner de más, luego agarro la sachetera y la apretó suavemente hasta que el tazón este lleno de leche .

Luego agarro una cuchara cualquiera, generalmente una que tiene un mango verde claro y me aproximo a la mesa con mucho cuidado para no derramar líquido en el camino de un par de pasos entre la cocina y el comedor. Luego me siento en la cabecera y desayuno en soledad, mientras veo en el celular las notificaciones que me llegaron durante la noche o simplemente deslizando mi dedo sobre la pantalla vagamente mientras veo Twitter o Instagram