Independiente, mi viejo, la moneda y yo
Esa noche, cuando mí papá llegó de trabajar, se cambió rápidamente la camisa por la camiseta roja, característica del club, y emprendimos el viaje en auto hacia Avellaneda, en aquel trayecto podía observar la gente en los colectivos o en los autos yendo vestidos igual que mi padre, como si se tratara de un uniforme, a ver aquel partido que generaba tanta expectativa en el hincha.
Cuando llegamos a Avellaneda, estacionamos cerca de la casa de mí abuela y desde ahí fuimos caminando al estadio. En esas 15 cuadras que había desde el auto hasta la cancha, empecé a escuchar los cánticos de la hinchada, me asombraba por las banderas que veía pasar, pero no entendía como la gente podía estar tan esperanzada tras el resultado adverso que tuvo el equipo en la ida.
Ya cuando estábamos llegando, decidí preguntarle a mí viejo "Pa, ¿Cómo vamos a salir campeones si en el primer partido perdimos 2-0 y no la tocamos? Ahí fue cuando él esbozó una sonrisa y me dijo "Somos de Independiente, del Rey de Copas, a estos equipos les ganamos con la camiseta", y al terminar la oración se acerco a un puesto de souvenirs y me compró una moneda de metal, pintada de dorado con el escudo de Independiente. Si bien no terminé de entender lo que significaba "ganar con la camiseta" me aferré a esas palabras y a esa moneda como si fuera lo único que existía en el mundo en aquel momento.
Es así como llegamos a la cancha y nos sentamos en una de las tribunas altas del estadio y, a pesar de que estaba en construcción y a medio terminar, yo estaba fascinado por lo que estaba viendo. Esperé sentado hasta el comienzo del encuentro, en silencio y mirando la moneda, intentando aprender las canciones para cuando arranque el partido.
Cuando salieron los equipos a la cancha me paré arriba del asiento y empecé a tararear las canciones, ya que no terminaba de entender la letra de las mismas. Independiente empezó ganando y, cuando la pelota tocó la red, me fundí en un abrazo con mí viejo, luego observé la moneda y me dió confianza de que podíamos ganar. La confianza se desvaneció rápidamente ya que el empate del equipo contrario llegó justo sobre el final del primer tiempo y yo me puse a llorar desconsoladamente. Fue ahí cuando mí viejo me miro como si mi tristeza fuese en vano y me dijo " ¿Te acordas lo que te dije antes?", cuando asentí con la cabeza, él concluyó: "¿Entonces para qué llorar?"
Al empezar el segundo tiempo, Independiente hizo dos goles rápidos y se vivía un algarabía generalizada que nunca había visto en mí vida, no podía creer lo que estaba pasando. Al terminar el partido, termino en empate y habría penales. Es ahí que, mientras todos se paraban en sus asientos, yo me senté, sin posibilidad de ver los penales debido a mi baja estatura y los cientos de hinchas en frente mío, aferrado a la moneda y a la mano de mi padre y repitiéndome "le ganamos con la camiseta", escuchaba los festejos en los penales de nuestro equipo, y el silencio en los penales de los contrarios. Hasta que escuche un ruido metálico, como cuando una moneda cae al piso, seguido de un grito generalizado ensordecedor. El equipo rival erró desde los doce pasos y luego Independiente anotó y salió campeón. Cuando la pelota tocó la red mi viejo me dió uno de esos abrazos eternos que uno desea que nunca terminen y con la voz quebrada y lleno de lagrimas "Viste que tenías que hacerme caso".
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