miércoles, 6 de mayo de 2020

Bel Occidente cuento propio

Bel Occidente
Ya había preparado las valijas y no podía disimular la alegría que me generaba viajar a Egipto por primera vez. Mí padre era un fanático y gran conocedor de la historia y la cultura de aquel lugar y, durante mí infancia, solía contarme todo tipo de leyendas sobre ese maravilloso lugar. La fecha del viaje era especial para mí ya que se cumplía un año de su muerte y su única herencia había sido un reloj, el pasaje para el viaje y unas instrucciones para cuando llegará al país africano.

El vuelo fue largo y plagado de incomodidades, pero llegar a la tierra que mí padre amaba me llenó de energía para empezar a descubrir aquel lugar lleno de historia. Al salir del aeropuerto, como si se tratará de un reflejo, abrí de manera instantánea el mensaje de mí papá. Las instrucciones que habia indicado era de tomar un tour a las catacombas de Kom El Shogafa y que en aquel lugar podríamos reencontrarnos. Ansioso por poder recordar a mí padre corrí hacia el hotel para dejar las valijas y fui lo más rápido posible hacia las catacombas llevando conmigo únicamente el reloj y las instrucciones.

A medida que se iba desarrollando el tour, me iba decepcionando. El guía daba información que yo ya sabía, la gran cantidad de gente me imposibilitaba disfrutar de la gran belleza del sitio y las miradas solían dirigirse hacía mí por culpa del ruidoso minutero del reloj de mí padre. Es ahí donde encuentro una pequeña puerta que decía <Bel Occidente> en egipcio y, a pesar de no recordar su significado, recordaba que mí padre mencionaba aquella palabra en todas sus narraciones.

Es en aquel momento que la curiosidad me guió a aislarme de la multitud y pasar por esa pequeña puerta. Al entrar me encuentro en un salón enorme y lleno de tumbas dónde, a pesar de mí gran estatura, me sentía la persona más pequeña del mundo. El reloj dejó por fin de mover sus manecillas y lo único que quedaba era el silencio y las tumbas a unos pocos metros de dónde me encontraba.

Con mucha cautela fui acercándome hacía ellas para ver los detalles de los jeroglíficos y los nombres que se encontraban en ellas. La alegría de mí cara de transformó en asombro al leer el nombre de mí padre en la anteúltima tumba y aquel asombro se convirtió en terror al encontrar mí nombre en la última de ellas. Levanté la mirada y en frente mío se encontraba un espejo resquebrajado de marco dorado, en él no solo vi mí reflejo sino también el de un perro negro. Es ahí cuando recordé que Bel Occidente era la tierra de la muerte y Anubis era su guardián.

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